Proteger a la naturaleza para protegernos a nosotros mismos:
la conservación en tiempos del COVID19
Conforme los gobiernos del el mundo se esfuerzan por combatir los impactos sistémicos de una pandemia que, preocupantemente, no termina de dar signos de agotarse, nos vemos en los lindes de una era que, según todo indica, estará definida por cómo se las ingenie la humanidad para reagruparse, reconstruirse y responder a lo que todos esperamos sea un retroceso que solo ocurre una vez en esta generación.
Para aquellos líderes en los que recae la responsabilidad de evitar escenarios similares en el futuro, hay una serie de políticas prioritarias que probablemente queden en lo alto de sus listas de pendientes: fortalecer la resiliencia económica, combatir el desempleo y la desigualdad a gran escala, actualizar sistemas de salud y seguridad social disfuncionales, y la lista sigue. Pero, ¿cuántos tomadores de decisiones pensarán inmediatamente en dar un mayor impulso a la protección de la naturaleza como una prioridad clave en la mitigación de futuras pandemias?
Quizá deberían hacerlo. Hemos sabido por mucho tiempo que la explotación del mundo natural por parte de la humanidad excede por mucho la capacidad del planeta para sostener a nuestras sociedades. Ahora estamos viviendo de primera mano una demostración impresionante de la habilidad de la naturaleza para devolver el golpe ante esta sobreexplotación, en la forma de enfermedades zoonóticas -patógenos que pueden saltar de la vida silvestre a la gente.
Los impactos socioeconómicos han sido y seguirán siendo profundos, no solamente en el mundo desarrollado, sino en todo el planeta y con especial fuerza en aquellas comunidades de los países en desarrollo que en muchas ocasiones no tienen acceso a servicios básicos de salud ni a alternativas de ingreso cuando el flujo de turistas ricos de pronto se acaba. Los pueblos indígenas -quizá los mayores guardianes de la naturaleza en el planeta- son especialmente vulnerables, tanto médica como económicamente.
El problema es particularmente serio en las áreas naturales protegidas y conservadas. Conforme el COVID19 pone una mayor presión sobre las finanzas públicas y recorta los ingresos del turismo, los presupuestos de conservación generalmente disminuyen, y se reduce la capacidad administrativa, se retrae la aplicación de la ley sobre el terreno y las comunidades de los alrededores quedan más expuestas ante el comercio ilegal de vida silvestre, que puede, a su vez, contribuir a dispersar las enfermedades zoonóticas. Puesto que este año es el primero de una década que muchos expertos consideran será la última en la que se pueda proteger lo que queda de la naturaleza en el planeta, esta situación claramente exige un cambio, y rápido.
Pese a todo, hay esperanza. La ciencia nos muestra que, al poner sistemas efectivos y equitativos de áreas protegidas y conservadas en el corazón del desarrollo, no solamente podemos ayudar a dar impulsos a la recuperación global del COVID19, sino que también podemos hacer avances reales en otros importantes desafíos sistémicos.
Pensemos en eso por un momento: un compromiso relativamente simple de política pública, la protección de los ecosistemas, tiene el poder para simultáneamente reducir el riesgo a futuras pandemias, recuperar muchas economías de la crisis financiera que provocaron las cuarentenas, detener la aceleración de la pérdida de especies, mitigar el cambio climático, asegurar el abastecimiento de agua, defender a las comunidades indígenas y sostener las economías rurales. En términos simples: la conservación es la vacuna de la naturaleza, una que necesitamos desplegar por todo el mundo para beneficiar a todas las especies, incluida la nuestra.
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Recientemente, mi colega en The Nature Conservancy (TNC) James Fitzsimmons y yo tuvimos el privilegio de contribuir a un artículo académico que busca resaltar el impacto de la pandemia sobre las áreas conservadas y protegidas, y el potencial de esos lugares especiales para ayudar a las sociedades a recuperarse. Publicado en la revista especializada PARKS, y reuniendo a coautores de muchos centros académicos globales de conservación, nuestro artículo (que se puede consultar aquí) analizó la evidencia del impacto económico inmediato del COVID19 en lugares como Nepal, donde los 483 casos registrados de tala y extracción ilegal en áreas naturales protegidas en todo 2019 se dispararon hasta 514 tan solo en el primer mes de cuarentena.
Nuestro estudio también revisó a profundidad cómo las “comunidades portal” (gateway communities) en la periferia de estos lugares de especial importancia para la conservación se han visto afectadas -un problema que es especialmente grave en áreas que antes dependían del sector turístico, el cual se evaporó de la noche a la mañana cuando la pandemia llegó (aquí se puede ver un ejemplo de los análisis recientes de mi colega Matt Brown sobre la dura situación en las tierras de los safaris africanos).
¿Cuáles fueron nuestras conclusiones? Ahora, más que nunca, las inextricables interrelaciones entre la salud de nuestros ecosistemas y la salud de la sociedad humana están profundamente claras y, por extensión, pretender asegurar la salud de la humanidad sin defender la salud de la naturaleza es un juego de suma cero.
El equipo que hizo el estudio tiene un plan, una llamada a los gobiernos, empresas y comunidades de todo el globo que se concentra en la expansión, el manejo mejorado y las finanzas sostenibles de una red global de áreas naturales protegidas y conservadas que podrá salvaguardar no solamente la salud de la irremplazable biodiversidad, sino también nuestra propia salud.
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RegístratePlanteamos una hoja de ruta con tres elementos clave.
¿Primer paso? Debemos rescatar las áreas protegidas y conservadas de los impactos del COVID19, implementando planes de gestión de crisis y asegurando un financiamiento de emergencia para mantener en pie los esfuerzos críticos de monitoreo y protección. También debemos asegurar que haya regulaciones ambientales locales que no se vean relajadas en intentos miopes de relanzar las economías.
El segundo paso es recuperar, restaurar la capacidad de gestión para la conservación con un compromiso redoblado de vincular los muchos beneficios de salud física y mental basados en evidencia que nos ofrecen las áreas naturales protegidas, con los planes de recuperación.
Finalmente, debemos reconstruir, buscar expandir redes de áreas naturales protegidas y conservadas gestionadas en forma efectiva e igualitaria, mitigando el riesgo de futuras pandemias al enfrentar el tráfico ilegal global de vida silvestre, y asegurando la perpetuidad de las áreas protegidas a través de mecanismos financieros sostenibles que sean más resilientes a los golpes de corto plazo, como la pérdida de ingresos turísticos, que ha sido tan profunda durante el COVID19.
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La pandemia en marcha ha desafiado el statu quo de los sistemas globales de valor y de gobernanza que en demasiadas ocasiones damos por sentados. Aunque la conservación de la naturaleza por sí misma no puede resolver todos esos problemas, la protección de los ecosistemas es una parte esencial de la solución.
Mientras se toma la temperatura de los trabajadores que tratan de regresar a sus empleos, también debemos tomar la temperatura de la naturaleza. Pensamos que el COVID19 es tanto un reflejo del estado del mundo natural como de las fisuras en nuestro panorama socioeconómico y sanitario. Al enfrentar de raíz el declive ambiental, a través de la creación y expansión de una red de áreas naturales protegidas y conservadas que sean manejadas en forma efectiva, igualitaria y duradera, la conservación puede ser parte del remedio.