Guardianes del Great Bear
Las Naciones Originarias de Canadá protegieron la Selva Tropical Great Bear para las futuras generaciones. Ahora, las comunidades locales están reconstruyendo lazos con esta tierra.
Por Amanda Fiegl, Editora Senior | Primavera 2017
En las islas costeras remotas de la Columbia Británica, donde los cedros se imponen como torres y los antiguos conchales brillan en el agua verde y fría, los problemas de la vida parecen evaporarse en la niebla circundante. Sólo está el sonido de las alas del águila, el chapoteo del salmón, el reconfortante roce del barco descansando contra las rocas cubiertas de crustáceos.
Y las risas de los adolescentes.
"Escuchar en el bosque la risa de los niños es apropiado—tanto como los árboles y los osos", dice Philip Charles, coordinador del programa de pasantías que ha traído a los cuatro estudiantes de secundaria aquí. "Es algo apropiado".
El grupo está en silencio respetuoso mientras Doug Neasloss, concejal principal de la Nación Kitasoo/Xai'xais, a la que pertenecen todos, señala los pictogramas color ocre rojo pintados en un acantilado cercano. Él explica que los símbolos indican la presencia de una tumba ancestral. Luego se impulsa sobre una pronunciada pendiente rocosa que conduce al bosque, a unos 20 pies por encima del casco del barco.
“¿Vamos a subir allí?", dice una de los internas. "¡No puedo!”
Pero lo hace, y vuelve resplandeciente y sonriente, después de haber visto una caja funeraria centenaria, considerada tan sagrada que sólo los miembros de las Primeras Naciones pueden acercarse a ella. Y eso no es todo. Para cuando el grupo regresa a casa esa noche, han tocado las conchas de almejas consumidas por generaciones pasadas, comido de un erizo de mar fresco, visto dos orcas y explorado una isla boscosa donde nadie más había caminado en memoria reciente.
El paisaje es parte de la vida en la Selva Tropical Great Bear (enlace en inglés), que se extiende alrededor de 250 millas y abarca 19 millones de acres a lo largo de la costa de Canadá en el Pacífico. Nature United (en inglés), la filial canadiense de The Nature Conservancy, ha desempeñado un rol de apoyo vital en la creación de protección permanente para este asombroso ecosistema. Entre sus muchos programas aquí durante la última década, TNC ayudó a establecer la iniciativa Apoyando a los Administradores Aborígenes Emergentes (SEAS) en tres comunidades del Great Bear.
Creado en 2009, SEAS utiliza pasantías prácticas y otras experiencias educativas para ayudar a los jóvenes de las Primeras Naciones a conectarse con el paisaje y la cultura de sus territorios tradicionales. Un programa juvenil puede parecer un poco tangencial para una organización de conservación, pero en realidad es una manera poderosa de proteger el futuro de este paisaje, dice Jenny Brown, directora de conservación de Nature United.
En las últimas décadas, los Kitasoo/Xai'xais han utilizado sus derechos aborígenes para hacer valer efectivamente la autoridad sobre su territorio y tomar la iniciativa en la gestión de sus recursos naturales. Eso hace que la reconexión de los niños a los roles tradicionales como administradores de la tierra sea una inversión crítica en conservación. Serán la próxima generación de tomadores de decisiones para los bosques y aguas del Great Bear.
No hace mucho tiempo, la Selva Tropical Great Bear no existía, simplemente era el "Área de Suministro de Madera de la Costa Central". El poético cambio de marca data de mediados de la década de 1990, cuando una coalición de grupos ambientales lanzó una poderosa campaña contra la tala de bosque primario en una de las últimas selvas tropicales templadas costeras intactas y más grandes del mundo.
El nombre Great Bear (Gran Oso) rinde homenaje a los muchos residentes úrsidos del bosque: osos pardos (enlace en inglés), osos negros e incluso los que se ven a primera vista como osos polares perdidos, gracias a una peculiaridad genética que da a algunos osos negros abrigos blancos. Los lugareños llaman a estos raros animales blancos "osos espirituales", y se dice que traen suerte. Tal vez lo han hecho: La zona ha visto una colaboración sin precedentes entre grupos ambientales e industriales, que acordaron en 2008 prohibir la tala en un tercio de la selva tropical y emprender un plan de gestión sostenible para el resto.
TNC apoyó ese acuerdo histórico (en inglés) al recaudar $39 millones para crear los Fondos de Oportunidades Costeras, que han sido utilizados por las comunidades locales de las Primeras Naciones para crear capacidad para co-administrar sus propios recursos junto con el gobierno provincial. El fondo de conservación ha ayudado a las Primeras Naciones, incluyendo a los Kitasoo/Xai'xais, a establecer grupos de gestión de recursos naturales, iniciativas de investigación y monitoreo científico, y programas de educación para la conservación. Otra parte del fondo apoya las iniciativas de desarrollo económico sostenible en las comunidades de las Primeras Naciones.
Una década de negociaciones subsiguientes culminó en 2016 con un acuerdo final, entre el gobierno provincial y 26 Primeras Naciones, sobre el futuro de 19 millones de acres en Great Bear. Alrededor de 9 millones de esas hectáreas están ahora protegidas de la tala, mientras que el resto es administrado bajo algunos de los estándares de cosecha más estrictos del mundo.
"Esto es realmente importante", dijo en aquel momento Brown, de Nature United. "Ilumina el camino para cumplir con un compromiso por un futuro que incluya algunas talas, sostenibilidad de bosques primarios y una voz indígena vital y robusta en esta región".
Los acuerdos cambiaron la forma en que se reconoce a las Primeras Naciones, de ser partes interesadas a ser los titulares de derechos. En el pasado, las comunidades podían hacer poco más que protestar o ir a los tribunales por decisiones desfavorables sobre el uso de la tierra, dice Brown. Ahora, las Primeras Naciones del Great Bear han ganado una voz más fuerte en las decisiones con respecto a su territorio.
Pero las comunidades también necesitan desarrollar la capacidad de monitorear y administrar al Great Bear y sus aguas, al mismo tiempo que hacen valer su autoridad. Según Brown, los estudios muestran que las comunidades con larga historia y estrechos lazos con sus tierras tienden a administrar los recursos teniendo en cuenta la sostenibilidad.
En una mañana gris del mes de julio, en el pueblo de Klemtu, dos enormes ollas de metal llenas de tarros de salmón rojo hierven en el porche delantero de la casa del jefe hereditario Ernest "Charlie" Mason Jr. en Kitasoo/Xai'xais, mientras él se preocupa por su tienda familiar al lado. Sentado detrás del mostrador, Mason, de 73 años, está sonriendo, como de costumbre, su rostro está lleno de luz, líneas e historias. Un corazón dibujado a mano está tatuado en su antebrazo —un error de su juventud, dice tímidamente— y él es, en muchos sentidos, el corazón de esta pequeña comunidad.
Una radio de mano de banda marina cruje sobre el ruido de la máquina de bebidas congeladas y Mason lo recoge para escuchar. "Va a todas las casas", dice. "Lo usamos para anunciar reuniones, decirle a alguien cuando vamos a salir a pescar, registrar a las personas mayores y asegurarnos de que estén bien". Asegurarse de que la gente esté bien parece ser parte del ADN de Mason. Como uno de los pocos dueños de barcos en esta ciudad de unas 500 personas, siente un sentido de responsabilidad para alimentar a otros, por eso está enlatando mucho más salmón de lo que su propia familia necesitará.
Como jefe hereditario, también siente la responsabilidad de compartir las leyendas y canciones de su cultura con cualquiera que quiera escuchar, especialmente los jóvenes. Está trabajando duro para superar un largo legado de supresión cultural arraigado a algo llamado escuelas residenciales.
Desde finales del siglo XIX hasta gran parte del siglo XX—la última escuela residencial cerró en 1996—unos 150.000 niños indígenas en Canadá fueron aislados deliberadamente de sus familias y comunidades y colocados en internados dirigidos por iglesias y financiados por el gobierno. A los niños se les prohibió hablar sus propios idiomas o practicar sus tradiciones, y muchos fueron desatendidos y abusados. En ese momento, los proponentes hablaban del deseo de "civilizar" a los pueblos nativos. En 2015, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá finalmente calificó al sistema como lo que era: un genocidio cultural. Las cicatrices han durado generaciones. Hoy en día, las comunidades aisladas de toda la región lidian con cuestiones como el abuso de sustancias, la depresión y la violencia doméstica.
“Siento fuertemente los efectos que la escuela residencial ha tenido en nuestra gente", dice Roxanne Robinson, una profesora de idioma y cultura en la Escuela Comunitaria Kitasoo en Klemtu, que tiene alrededor de 50 estudiantes en los grados K-12. El programa SEAS (enlace en inglés), que incluye a todos los estudiantes durante el año escolar y contrata a algunos adolescentes para pasantías remuneradas cada verano, está en el corazón de su plan de estudios. Los pasantes pasan ocho semanas descubriendo las tradiciones locales, incluyendo arte, danza, recolección de medicina y canoa, así como ayudando con proyectos como el monitoreo de los recursos naturales y la construcción de senderos.
No hay centros comerciales o hamburgueserías por aquí donde los jóvenes puedan conseguir un trabajo de verano. Eso deja a los adolescentes con mucho tiempo libre en sus manos, lo que, como cualquier padre puede testificar, puede ser una perspectiva peligrosa. "Los estamos conectando de vuelta a la Tierra", dice Robinson. "Los estamos sacando a la tierra y enseñándoles habilidades que van a durar toda la vida. Esto mantiene sus mentes ocupadas, y nunca pueden decir que están aburridos".
A lo largo del año, Robinson apoya a Deanna Duncan, coordinadora de la escuela SEAS, en la organización de proyectos y excursiones para ayudar a los estudiantes a reconectarse con su patrimonio cultural, que está inextricablemente vinculado a los abundantes recursos naturales de su territorio. Tejen artesanías de corteza de cedro y salen con el jefe Mason para cosechar salmón de temporada, almejas, huevos de arenque y algas, almacenándolo todo para regalar en un banquete comunitario cada primavera. Tales ceremonias, llamadas potlatches, fueron prohibidas por el gobierno federal de 1884 a 1951.
"La brecha que las escuelas residenciales causaron hizo que la generación antes de nosotros no se interesara en aprender la cultura, no lo suficiente como para enseñarla. Esa brecha causó un rompimiento y un desgarre en todo el sistema", dice Mercy Mason, una chica brillante de 17 años que entró en su último año. "Nuestra generación está más interesada. Decimos que a veces no nos gusta nuestra cultura, pero sin ella, no seríamos quienes somos. Perder tu cultura es como perder tu identidad".
Al principio, algunos de los niños ni siquiera tocarán los trozos circulares de piel fresca de animal, las que se sienten como tortillas húmedas y desprenden un aroma animal afilado y picante. "Oh Dios mío, es tan asqueroso", dice Mya Anderson, de 12 años, fingiendo sentir nauseas. "¡No voy a tocar eso!" Pero la curiosidad pronto gana. Ella lo pincha con una uña pintada y se sorprende. "Es suave! ¡Aplasta esto! ¡Aplasta esto aquí!", chilla a la chica de al lado, que cumple dudosa. Después de coser las pieles en anillos de cedro con largas tiras de piel tiradas apretadas, sus proyectos están finalmente completos: unos tambores tradicionales.
Mercy, vistiendo una camiseta que dice "Make Things Happen" ("Haz que las cosas sucedan"), está animada y riendo durante la primera hora del taller de hacer tambores. Ella hace bromas con sus amigos, vistiendo los anillos de cedro de los marcos de tambor en sus brazos como pulseras gigantes. Pero después de un tiempo se sienta con una expresión triste y vacía y se vuelve introvertida.
"A veces, los niños simplemente se retraen, y sabes que es porque están pasando por algo pesado", dice más tarde el coordinador juvenil Philip Charles. Tiene una conexión fraternal con los chicos. Para muchos de ellos, crecer en las comunidades aisladas no es fácil.
Charles, de 27 años, tiene un título en ciencias de la conservación de animales, un acento británico y un brillo de Peter Pan en sus ojos. Creció a más de 4.000 millas de distancia en el este de Inglaterra, pero sintió una conexión inmediata con Klemtu y su gente cuando visitó por primera vez en 2010 para estudiar la población de osos de la región. Ha regresado estacionalmente desde entonces, ganando el estatus de miembro honorario de las Primeras Naciones.
Charles es el único que puede romper el vacío que ha envuelto a Mercy. La lleva afuera a hablar; cuando regresan, ella continúa haciendo su tambor con renovado entusiasmo. Al mismo tiempo, Mya está terminando el suyo. "Voy a pintar la huella de la mano de mi hermanita y dárselo", dice, inspeccionando felizmente su tambor.
Harvey Robinson, quien ha heredado la posición de líder anciano y dirige el taller, explica por qué: "Es nuestra cultura: Cuando haces algo, regalas el primero".
Aunque las Primeras Naciones de la región ganaron recientemente una importante victoria al defenderse de la propuesta de transporte petrolero en las aguas del Great Bear, siguen existiendo otras amenazas ambientales. La sobrepesca y el cambio climático amenazan la salud del salmón, el cangrejo y otras especies culturalmente importantes en muchos territorios indígenas. La fragilidad de estos recursos se destacó en octubre, cuando un remolcador encalló en un arrecife cerca de Bella Bella, derramando combustible diésel en una bahía donde la Nación Heiltsuk cosecha almejas y peces.
Los Fondos de Oportunidades Costeras, que TNC ayudó a crear, también respaldaron un programa llamado Coastal Stewardship Network (en inglés) en ocho territorios indígenas a lo largo de la costa de la Columbia Británica. Los guardabosques del programa, llamados Guardianes Vigilantes, desempeñan un papel importante en la lucha contra la sobrepesca mediante el seguimiento de las poblaciones de peces, el registro de la actividad pesquera y ayudando a cumplir con las áreas protegidas.
"Estamos monitoreando nuestro territorio tradicional para la Nación, asegurando que haya suficientes recursos intactos para las generaciones venideras", dice Chantal Pronteau, de 22 años, una vigilante de los Kitasoo/Xai'xais. Fue una pasante de SEAS en 2013, una experiencia a la cual acredita su preparación para este papel, así como el despertar su interés por la arqueología y la biología como opciones de carrera. "Siempre miro hacia atrás a esa temporada y lo mucho que me ayudó a crecer, y todavía me está ayudando a crecer".
Con programas durante todo el año establecidos en las comunidades de Klemtu, Bella Bella y Bella Coola, SEAS ha tocado la vida de unos 350 jóvenes cada año en la selva de Great Bear, dice Jenny Brown de Nature United.
"Después de que se firmó el acuerdo [2008] del Bosque Great Bear, seguimos viniendo porque estamos enfocados en desarrollar capacidad en las comunidades", dice Brown. "Ahora, creo que las cosas están en un lugar mucho mejor para asegurar que este lugar se conserve en el futuro, y cada vez que salgo con los niños de SEAS, me siento así".
Neasloss, el concejal jefe, está de acuerdo.
"Creo que SEAS es el programa más exitoso que tenemos en esta comunidad", dice. "Fomenta la custodia y ayuda a los jóvenes a entender los problemas ambientales y las amenazas que están sucediendo aquí. Y en cinco o 10 años, estos chicos serán los que se sientan en las mesas del gobierno, los que se convertirán en jefes hereditarios y concejales jefes. Las cosas están cambiando mucho para las Primeras Naciones en este momento, y estos chicos tienen una oportunidad realmente única para ayudar a dar forma al futuro".